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Amaderada cereza

"En ese momento no podía hablar. Las embestidas contra su miembro dolían y al mismo tiempo paliaban mi necesidad. No podía pensar. Sólo quería sentirlo, a él, a Alex dentro de mí, follándome con toda su fuerza".







El sonido sordo de sus nudillos contra la madera me hizo despertar del trance en que me había sumergido hace media hora. Suspiré profundamente y me mentalicé para el espectáculo. Estaba lista. —Adelante —dije convencida. Alex giró el cierre de la puerta y esta cedió a su presencia. Vestía con el traje oscuro de noche, con sus relucientes zapatos negros en armonía con el espesor de su pelo: brillante, tentativo e inspirador. Sus ojos manaban la seguridad de un gato, verdes intensos sin ápice alguno de nerviosismo. Despegó sus labios ligeramente rosados y enmarcó una sonrisa para mí, solo para mí, porque solo yo sabía que era mío, que sus sonrisas eran completamente mías, así como yo era enteramente suya. —Vístete —dijo entornando sus ojos felinos. Lo que vestirse significaba cubrir mis senos y parte superior de las piernas con una túnica de seda roja. Recuerdo que estaba fría y la sentí encima de mí como el abrazo que me hubiera dado mi padre ante aquella situación, al saber a lo que su hija, su adorada hija se dedicaba. Después de todo, un frío abrazo era lo menos que hubiera esperado de él, del perfecto borracho que golpeaba a su esposa y humillaba a su hija. Quién lo necesitaba. Yo solo requería de Alex, de su mirada y confianza, para alimentarme de él y sobrevivir cada noche bajo su protección. Quién necesitaba padres así teniéndolo a él. Alex cerró la puerta detrás de mí, y pude sentir el leve aire que se levantó a mis espaldas. Hoy estaba enfadado, y no lo había notado hasta ahora. Justamente hoy que iba a ser especial, hoy que tendría a toda esa gente engalanada mirándonos, era hoy cuando él tenía que ponerse de morros. Maldito egoísta insensible. Recorrimos el pasillo en silencio, como siempre, y sin embargo hoy había algo diferente en la forma en que movía sus hombros. Le conocía tan bien que hasta los mínimos detalles marcaban diferencias notables. Mantenía la mirada imperturbable hacia el frente, la espalda recta, la mente despejada y sin embargo, sabía que algo atravesaba por ella, que algo turbaba su convencimiento, y puede que mi nombre estuviera entre sus cavilaciones. De solo pensarlo suspiré angustiada. Cuando él se ponía tenso era mucho más difícil de controlar, de abandonarme a él, pues sencillamente Alex exigía un control absoluto, algo a lo que yo no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente. —¿Preparada? —preguntó sin dejar que aquel atisbo de amargura se escapara de sus labios. Asentí con un leve movimiento de cabeza, y él cruzó las cortinas doradas, perdiéndose de mi vista, y aceptando el sepulcral silencio que aconteció a su presentación. Todo se volvió gris, como una niebla espesa, y por fin llegó mi turno. Ascendí los dos escalones que separaban la cortina del suelo, como si ascendiera a otra dimensión, y me adentré profundamente en ella, dejando el temor y las dudas en el primer escalón a ras del suelo. Un foco me iluminó, y pude verle a él en medio de la oscuridad. Él y una camilla, pero nuevamente él. Solo él me veía, solo él podía hablarme; en verdad solo a él podía escuchar. —Desnúdate —ordenó con una voz cálida y ciertamente paternal. Debía estar enferma al creerlo así. Dejé que la pequeña túnica cediera por mis hombros, acariciara los brazos y cayera al suelo con la elegancia de bordear mis pies descalzos. Entonces sentí su mirada posesiva sobre mi cuerpo, sobre la inmensidad de mis pechos, vientre y cadera. Sentí su propio calor y deseo de controlar mis emociones hasta que el mismo perdiera el control de las suyas. —Acércate, Kate —pronunció mi nombre en medio de esa extraña y devoradora sensación que crecía en mi estómago, revolviendo todo mi ser, hasta aflorar por cada poro de mi piel. Asentí a su nuevo comentario, pues más que una orden, era la conversación cálida de un amigo, de una pareja, o del mismo padre que espera a que te sientes en su regazo para contarte uno más de sus cuentos. Cada paso que daba sobre el suelo era firme, pero nuevamente frío, tanto que el sentido iba desde mis pies hasta mi cerebro, transmitiéndolo por cada articulación, haciendo de mi carne un amasijo de hierros y cadenas inamovibles, férreas y glaciales. Necesitaba su calor, el que Alex pudiera darme esa noche. No lo tuve bastante cerca hasta que vi algo en su mano, algo que colgaba un par de centímetros y era de color purpúreo. Era una cinta de tela que destinaría a mis ojos, con el macabro fin de enloquecerme aún más. —A los ojos, Kate —Llamó mi atención hacia ese verde aún más intenso y adictivo que antes—. Te gustará —susurró contra el oído mientras abrazaba mi cabeza para atar con suavidad la tela a mis ojos.— Te doy mi palabra —dijo finalmente cuando ya no le podía ver. Posicionó su mano en mi cintura, ejerciendo una leve presión hacia la derecha, lo que me indicó que debía colocarme sobre la camilla. Tanteé con las manos la aterciopelada sábana, su altura y posición, y me incliné hacia ella hasta alcanzarla en su totalidad, boca arriba y a la espera de su voz. —De espaldas —respondió el. Sin pensarlo le ofrecí la mejor vista de mi trasero, redondo y suave. Un trasero que empezaba a clamar por sus manos, unas que cuando me tocan, se funden con cada curva de mi cuerpo, y el trasero era una de las curvas más peligrosas y sensualmente perfectas que podía brindarle. Sin embargo, tocarme no estaba en sus planes. No aún, y eso hacía desesperar mi posición suplicante. Enseguida descubrí sus intenciones. Podía habérmelo pedido todo desde un principio, y no yendo paso a paso, multiplicando por mil la agonía de mi interior y esa lucha de sentimientos y pánico por la incertidumbre que parecían gritar mi nombre desde detrás de las cortinas doradas. Su mano impulsó mi vientre un palmo sobre la camilla, y obedecí a su petición, nuevamente en silencio, tragándome el nido de agujas que se formaba en mi garganta. Con las rodillas flexionadas, los brazos extendidos hacia la suavidad de las sábanas, y mi ciega mirada observando la más absoluta de las oscuridades, me centré en recibir el siguiente paso. —Di tu palabra segura —ordenó. En ese momento supe que mi palabra se haría carne, y que de mis labios vendría lo que parecía una petición—. Drake —formulé como si fuera un conjuro. Noté que habíamos dejado de estar solos, que otros pasos se aproximaban a mi posición y la duda se volvió corpórea al sentir una gran y cálida mano sobre mi nalga izquierda. No era la mano de Alex, y mi cuerpo se sobresaltó por el inesperado roce. —Dejarás que Drake te toque y te consienta, en tanto que yo lo permita —dijo Alex. —Sí —murmuré a regañadientes. —¿Cómo has dicho? —replicó en tono amargo. —Sí, Alex —respondí obediente. Aún con la mano de Drake en mi trasero, supe que Alex se había posicionado frente a mí, incluso que traía algo tintineante y metálico para darme. Bordeó el perímetro de mi muñeca y un Clic cedió a mis oídos. Eran esclavas, frías esclavas de metal que añadían un toque más perverso y agonizante a la situación. Al segundo, la otra muñeca cedió a un segundo cierre, y sentí la mano de Alex ejerciendo presión sobre el inicio de mi espalda hacia abajo. Recliné aún más los brazos y agaché la cabeza, lo que por consiguiente abría aún más el campo de visión a mi prieto trasero. Ahora Drake desde atrás separaba mis piernas, y acarició el interior del muslo con delicadeza y ternura, lo que equilibró la sensación de frío que había estado sintiendo. La camilla empezó a dar vueltas y ya no sabía a qué dirección miraba. Perdí la noción del espacio, y dejé de escuchar la melodiosa voz de Alex. La orientación se volvió confusa y mis latidos aumentaron empañando todo mi temor. —Estoy aquí —Era él a pocos centímetros de mi cara. Entonces se suponía que ya debía estar tranquila. Sin embargo, algo chocó contra mis labios. Era pequeño, dos bolas pequeñas y suaves que vibraron contra mi boca. Saqué la lengua y las acogí en mi interior. Eran dos cerezas, calientes y carnosas. En seguida sentí el roce de otras dos recorrer la línea de mi espalda. Debía ser Drake, puesn sentía las caricias de Alex en la mejilla, arañando con cuidado la piel, desde los ojos sellados hasta la comisura de unos labios que recibían sus dedos con fervor para empaparlos con la humedad de mi lengua. Deseaba alcanzarle, saborear su piel, y me resistía a que sus dedos jugasen tan cerca de mis labios. Entonces sentí la zambullida de Drake en mi interior. El muy cretino había esperado ese momento de concentración para introducir sus dedos en mí, y lo peor es que el cabronazo sabía perfectamente cómo arrebatarme algún que otro jadeo en sus envites. Con los dedos de Drake perforando la humedad de mi vagina y la delirante mano de Alex jugando al borde de mi boca, en seguida cedió a mi súplica y permitió que alcanzara sus dedos con mi lengua. Los envolví con ella y me despreocupé de la saliva que emergía de mis labios y se derramaba por la barbilla. Solo me centré en sentir el cálido tacto de sus dedos fuertes, el olor amaderado de su cercana muñeca, y del contacto contra mis dientes ansiando morderle y con el terrible razonamiento de no poder hacerlo. En verdad quería su polla en mi boca, que sus dedos fuesen su miembro erecto y lascivo, el mismo que golpeara mi interior como los dedos de su compañero. Alex, Alex, Alex..., fóllame, maldito hijo de puta. Fóllame ya. Pero Drake dejó de acariciar mi sexo, y con la perlada lubricación del mismo, recorrió más arriba, deslizándola hacia la entrada superior y haciéndome vibrar al segundo. Era una sensación desconocida, placentera y al tiempo plagada de adrenalina. Alex extrajo los dedos de mi boca, y a continuación recorrió la curva de mi mandíbula, bañándola con la saliva que impregnaba su mano. Después accedió a mis pechos que colgaban boca abajo y los apretó fuertemente contra mi piel, estremeciéndome por completo y endureciendo mis pezones. Por otro lado, la fricción de Drake sobre mi trasero había dejado de infundirme miedo. Estaba preparada para lo que sucediera, pues después de todo, Alex estaba conmigo, y él sabe los límites que estoy dispuesta a sobrepasar, incluso mejor que yo. Sin embargo no ocurrió nada. Los deslices de Drake habían cesado y una pequeña oleada de aire embriagó mis sentido ahí atrás. En seguida se cubrió con el contacto de otra piel, húmeda y caliente que buscaba con vehemencia explotar cualquier recurso de excitación que manase de mi interior. Drake estaba con su boca pegada a mi clítoris, absorbiéndolo y apretándolo contra sus labios fuertemente cerrados. Después deslizaba su lengua por mis pliegues, los abría y cerraba a su gusto, para retomar a continuación el botón de mi delirio. No pude evitar soltar un ligero gemido que retumbó por mis oídos como un eco incesante en una habitación vacía. —Silencio —ordenó la ronca voz de Alex. Tuve que morderme el labio interior para callarme el desecho de emociones que se agitaba en mi garganta. Respiré hondo y mis manos se retorcieron sobre la sábana, apretándola y deseando soltarme las esclavas. No podía moverme y eso lo hacía aún más excitante y enloquecedor. Necesitaba a Alex. Quería gritarlo, que me hiciera suya, que paliara el vacío que crecía en mi interior cubriéndolo por completo con su miembro erecto. Lo amaba, lo necesitaba. —A-Alex —pronuncié turbada entre un amargo gemido. —Schh —dijo él apretando sus dedos contra mi erguido pezón a modo de castigo. Dolía, sí, pero la corriente de adrenalina que emanó de él fue embriagador. —A-Ah —No podía contenerme. Sentía a la perfección mis mejillas ardiendo, mi pecho y la frente empapados en sudor, y las piernas flexionadas temblando cerca de la boca de Drake. Todo era demasiado agonizante y confuso. Sin querer contraje los muslos y su cara quedó atrapada por una milésima de segundo entre mi trasero. Aquello estaba superándome. —¿Quieres correrte, Kate? —preguntó entre mis incontenibles arqueos de espalda. —Sí, Alex—respondí suplicante. —Está bien —dijo recuperando su aterciopelada voz. Dejó de acariciar mis pechos, y pasó la mano suavemente sobre mi pelo, acogiendo uno de mis mechones y deshaciendo al instante la tela púrpura que me había privado de visión en todo momento. —Córrete. Córrete ahora —murmuró contra mis sentidos. La luz me absorbió por completo como si hubiera despertado de un largo sueño. Allí, al frente, sentados en sus altas sillas y vestidos de perfecto traje y elevados vestidos cortesanos, estaban las perplejas y expectantes miradas de todo el salón. Con el aliento contenido y los ojos clavados en mí. Esperando mi respuesta, sedientos de mis jadeos y apostando por el tiempo en que tardaría en complacerles. Impávidos antes mi delirante tortura, pero con los bolsillos llenos para otro espectáculo, el corazón se me paralizó al momento, y la sangre se contuvo en mis sienes palpitando en mi cerebro. Absorta en esa realidad, había olvidado los lametazos de Drake y el fuego de mi vagina. —Te desean —dijo cogiéndome de la mandíbula con suavidad y obligándome a mantener una firme mirada hacia todos esos desconocidos—. Desean tocarte, Kate —Parecía ronronear—. Desean ser yo, el dueño de tus jadeos y de tus súplicas. Pero, mírales. Mírales a los ojos, y diles a quién perteneces. Diles en alto y que yo te oiga, quién manda en ti, quién te posee, y a quién debes sumisión. Diles, Kate…, diles a quién pertenecen tu piel y sentidos. —A ti, amo —dije sin pensarlo y permitiendo que una ola de murmullos y turba de miradas chocara entre sí. Debían haber mantenido ese comportamiento desde que crucé las cortinas doradas, y hasta ahora no me había dado cuenta que había vivido encerrada en mi fantasía. La boca de Drake cesó, y dio paso a otro enviste más de sus gloriosos dedos en mi interior. Golpeaba con fuerza la pared de mi placer y con el pulgar enloquecía mi ardiente punto débil. Me doblegué a mis emociones, a lo que yo quería en ese momento y a la corriente de energía que fluía por cada vena, como si desease gritar en una enorme explosión de éxtasis y delirante lujuria. La resistencia de mis brazos erguidos se debilitó, y caí sobre ellos, sosteniendo el peso de mi cuerpo en los codos, pues las piernas me temblaban y mi voz empezó a quebrarse por la excitación contenida. —Ahora —exigió. Dejé aflorar las riendas que me había impuesto, y el éxtasis brotó de mi interior acogiendo los dedos de Drake que aún seguían vibrando en mí. Gemí con fuerza, casi en un gruñido desgarrador, y la sala entera enmudeció ante mi culminación. Respiré hondo buscando el equilibrio y razonamiento, y recuperé el escalofrío de mi piel. Todo había terminado y el estruendo de aplausos no se hizo esperar. Mientras sonaban, Alex me desató las esclavas, y me acogió bajo la sábana de terciopelo a la vez que frotaba con insistencia mis hombros. Casi me empujó con prisa fuera del escenario, olvidándose por completo de Drake que se quedó recogiendo la camilla mientras los aplausos se perdían por el pasillo de vuelta a mi habitación. Alex abrió la puerta enfadado, más que antes, y me empujó contra la pared de la habitación, los dos caímos dentro. Cerró de una patada y me besó contra sus labios, sus dientes, su vertiginosa lengua, y sus sentimientos. —Quiero follarte —dijo mirándome fijamente a los ojos, atravesándome con la potencia de su mirada. Las piernas aún me temblaban, pero no dudé en corresponderle, en apretarle aún más contra mí y en morderle el labio como así quería morderlo a él entero. Agarré y tiré de su pelo oscuro y suave, absorbí el aroma de su cuello, y él me impulsó hacia arriba con una mano bajo mi trasero. Con la otra se desabrochó la bragueta y sacó a relucir la magnitud de su miembro erguido y muy posiblemente dolorido por la presión de estar sometido bajo esos pantalones de vestir. Me dejó caer encima de su sexo, y el vacío de mi interior desapareció en el segundo en que inundó todo mi ser, perforándome desde el interior, y saciando mi instinto de mujer. Ya no había lugar para el temor, todo había desaparecido. Estábamos los dos y la fricción de la pared contra la sábana de terciopelo tras mi espalda. —¿Has visto cómo te miraban? —Lamió con suma vehemencia un trozo de mi mejilla, en la que pude sentir sus afilados caninos y la respiración entrecortada—. Te ansiaban, Kate. Te miraban como yo te miro, y solo yo puedo mirarte así. En ese momento no podía hablar. Las embestidas contra su miembro dolían y al mismo tiempo paliaban mi necesidad. No podía pensar. Sólo quería sentirlo, a él, a Alex dentro de mí, follándome con toda su fuerza. —Eres mía, y no hay día en que no desee follarte como ahora. No existe el momento en que te mire y no quiera perderme en tu cama, en la encimera o en la pared. Quiero que el mundo lo sepa; que Kate Means es jodidamente mía. —S-Sí —jadeé al momento que gritaba por la bajada. Sus manos se clavaron en mis caderas, y no dolían. La pared tampoco dolía, porque sólo sentía su polla erguida y masculina atravesando mis deseos. —Córrete —dijo sin ordenar nada—. Corrámonos juntos —Parecía suplicar. Me dejé llevar por ese momento que era enteramente nuestro, y afloré por segunda vez el contenido de mi orgasmo sobre su cálido miembro. Nuestros fluidos chocaron en un mismo cruce y ambos, con el cuerpo encogido por el momento, sentimos las devoradoras llamas de nuestro fuego arder a través de ambos sexos. Alex me agarró de la mandíbula al tiempo que gemía y su miembro palpitaba por última vez en mi interior. Recuerdo esa mirada turbada, una mezcla de pasión desenfrenada y sublime orgullo racional que le hacía perder el control cuando estábamos solos, con la clara certeza de que solo él podía poseerme. En ese momento me pregunté: ¿Quién es el dueño de quién?

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