Cuánto -no- te odio
Y me maldigo por ser intensa, por ser sumisa, por ser huracán que arrastra la locura de perderte, de saberte mío, la locura de tus besos a media luz, de tus manos contra mi pelo, de tu agarre hacia mi pecho, hacia este corazón abierto.
Me maldigo, por mi corta memoria, por mis faldas tan cortas cuando sé que paseo de tu mano, y la quiero dentro. Me maldigo por mis errores, ante ti y mucho más por los errores ante mí.
Me maldigo por no saber odiarte, por quererlo y dejar que solo sean palabras que ni tú te crees, y cómo hacerlo, si ni siquiera me las creo yo.
Me maldigo por amarte tanto, porque si esto no es amor… Qué será de mí cuando lo sienta de verdad.
Y por último te maldigo, por ser mi maldición, por ser mi cura, mi antídoto y mi veneno. Por ser el hemisferio norte que le falta a mi sur, por ser las más de cien epístolas lanzadas al aire de Séneca, por ser aquella canción desesperada de Neruda, lleno de amarga angustia, lleno de certeza y dudas. Lleno de ese sentimiento tan indescriptible que devoré a pie de tu boca, que digerí y aún no he devuelto al mar, al mar de la cordura. Mierda, te maldigo una y mil veces, porque si no es contigo ya mis palabras no tienen sentido, ya mi corazón dejaría de insistir, latiendo contrarreloj, palpitando a contracorriente, y ahora que lo pienso… Qué se joda, si mi corriente eres tú.
Qué se jodan todos aquellos que no me entienden, todos aquellos que me critican, a mí, a ti. Sin conocernos, porque de nada vale ser en individual, si juntos somos nosotros, si juntos no hay nadie más y creamos mareas, como dice la canción: tripulábamos barcos, y aunque sea a nado, naufragaría contigo a una isla desierta, solo con arena y mil cartas en una botella que te lean los buenos días entre palmeras.
Mierda, no sabes cuánto te odio. Por no estar aquí, por no devorarme a besos la piel, el alma, el aliento. No sabes cuánto no te odio.