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Qué necia fui

Hoy necesito llorarte todo aquello que no te dije. Hoy, en la simplicidad de mis palabras, en la humildad de mi reencuentro, por fin te doy las gracias.

Por haberme liberado, por haberme dado inspiración, poesía, dolor. Y fue tanto, que mis lunas llevaron tu nombre, e hice a mis sábanas frustradas por no simular el tacto de tu piel, culpando a la almohada porque no me recordaba tu olor.

Y qué necia fui, durmiendo aquella vez. Desnuda. Porque el hecho de hacerlo me recordaba a tu cama, y esperaba, paciente, que vinieras a abrazarme, como entonces, y que fuera como nunca. Y así me dormía. A la espera. De un cariño que no llegaba.

Supongo que gracias, porque hoy te miro. A los ojos, al alma. Y mi reflejo ya no me observa. Y lo veo con claridad ahora, no porque en tu mirada desapareciera mi presencia, sino porque hacía tiempo que estaba marchita y yo ciega.

Y qué bien sientan los abrazos entre risas, qué bien sienta el apego de tus labios sobre los míos, y al separarse, reír, porque ya no duele. Ha sido como besar los míos.

Y buscando tu lengua, en el fondo de tu boca, encontré las palabras que siempre me dijiste, sin decirlas. Las que tantas veces imaginé, sin creerlas. Que me quieres, vaya locura. Y entre saliva, aderezaste mis ideas, que yo también te quiero. Adiós mi cordura.

Pero gracias. Porque nos queremos, sin amarnos. Y es tan bonito querer sin besarse, es tan bonito abrazar sin que explote el corazón en júbilo, tanto hasta que duele y se convierte en insulto. Qué necia fui. Que te creí mío, que me sabía tuya.

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